Seguir una dieta equilibrada es esencial en el desarrollo y rendimiento de cualquier niño. Si además el niño tiene un TDAH o TEA, aún hay que prestar más importancia a su alimentación.
Si bien es cierto que, los estudios realizados a día de hoy no especifican de que manera interfiere la alimentación en estas patologías, si que se está viendo que hay una relación directa en la influencia que ejerce la alimentación: Cuando estos niños mejoran su alimentación, su “sintomatología” también mejora, así como sus capacidades Y aprendizaje.
Algunos niños con TDA/H y TEA suelen olvidar que han de comer o beber, o por el contrario pueden tener comportamientos obsesivos con la comida. Sus dietas habituales suelen ser muy monótonas y poco equilibradas ya que, en ocasiones no toleran ciertos alimentos y poco a poco van acotando su manera de comer. A esto se le suma que los alimentos que más les gustan suelen ser: lácteos casi siempre azucarados, hidratos de carbono refinados como pasta y arroz blanco, productos con alto contenido en azúcar como chuches y bebidas azucaradas, snacks salados como patatas, etc.
Según la Universidad de Yale, los niños, y especialmente lo que tengan algún rasgo de hiperactividad, deberían evitar el consumo de “azúcares simples” en su dieta. Estos azúcares producen, entre otras cosas, una subida en los niveles de adrenalina, causante de que el cuerpo entre en alerta e hiperactividad.
Por este motivo es muy importante evitar: las bebidas envasadas, ya sean carbonatadas o zumos, bollería, pastas y arroces refinados, productos precocinados, etc.
No hay que olvidar que además estos alimentos producen una adicción en nuestro organismo:
Cuando estos productos son digeridos aportan una descarga inmediata de azúcares simples a nuestro torrente sanguíneo, llegando a nuestro cerebro en poco más de 20 segundos. Nuestro cerebro consume glucosa para hacer sus funciones, y esto supone una inyección de “azúcar” directa mal gestionada que nos producirá un efecto de “subidón”. Cuando el organismo empieza a retirar este exceso de azúcar (pico de insulina), el organismo entra en hipoglucemia dando la sensación de “bajón”, hambre y ansiedad, por lo que volvemos a querer comerlos, entrando así en un circulo adictivo difícil de romper.
Nuestro cerebro almacena está experiencia de “subidón” como positiva. Así que nos hace buscar este tipo de alimentos y no otros. Otro tema a tener en cuenta es que la dosis necesaria para obtener ese resultado deseado, cada vez es mayor porque nuestro organismo se va “acostumbrando” a estas sustancias.
Al igual que pasa con los azúcares simples, los lácteos y el gluten mal digerido producen sustancias adictivas para nuestro cerebro. Por este motivo, suelen ser alimentos que a muchas personas les cuesta sacar de su dieta.
Las sustancias derivadas de los lácteos son las exorfinas. Cumplen un papel esencial en la cría de los mamíferos y están presentes en todas las especies. Esta sustancia presente en la leche genera en el neonato una dependencia hacia la madre y un estímulo a consumir alimento. Además lo tranquiliza y lo duerme.
Estos péptidos opiáceos, además de asegurar la ingesta de nutrientes por parte del neonato y garantizar su descanso, cumplen otra función clave. Para que la cría aproveche al máximo este nutriente perfecto, la leche incrementa la permeabilidad intestinal, asegurando la absorción de los factores de crecimiento presentes en la leche materna. Este proceso se da en el intestino mientras consuma leche, sea esta materna o animal.
El Gluten por su parte contiene por cada molécula de gluten 15 péptidos opiáceos, algunos más potentes que la morfina. Una de sus funciones adormecer a sus predadores. Estas sustancias ejercen una sensación de bienestar, de plenitud, euforia, falta de concentración, relajación, etc.
A esta sensación también se engancha nuestro organismo cuando se siente estresado, o emocionalmente incomodo, o cuando no es capaz de gestionar los acontecimientos de ese momento.
La alimentación es un pilar fundamental en el desarrollo físico y neuronal, repercutiendo directamente en el rendimiento intelectual y en el comportamiento.
Es importante que la alimentación en la etapa infantil, y especialmente cuando hay patologías añadidas, contenga nutrientes esenciales para conseguir un buen desarrollo neuronal y físico:
La carencia de ciertos minerales como el hierro puede ocasionar a nivel intelectual de atención y dificultad de concentración.
Este mineral, junto a la vitamina C, modula la Dopamina, neurotransmisor relacionado directamente con el TDA/H.
Existen muchos otros minerales y vitaminas relacionados directamente con el rendimiento intelectual como el magnesio, el zinc, vitaminas del grupo B. Estos micronutrientes a su vez están relacionados directamente con el buen funcionamiento del sistema inmunitario.
Encontraremos gran cantidad de estos nutrientes en frutas, verduras, cereales integrales, semillas, frutos secos, etc.
Por ejemplo, el zinc y la Vitamina B6 son necesarios para realizar la síntesis de la serotonina. Estos los encontramos en cereales integrales e higos.
La ingesta diaria recomendada de estos hidratos de carbono es de 45%-55% de los alimentos consumidos a diario. Estos “azúcares complejos” se liberan lentamente al metabolismo, evitando así un “Pico Glucémico” en sangre, y su consecuente efecto rebote. En este grupo de alimentos indispensables tenemos:
Además de la alimentación, es importante que se asienten unas rutinas “sanas” relacionadas con las comidas: comer en familia sin teles ni dispositivos electrónicos, que los niños participen en la elaboración de las comidas o en las tareas relacionadas con el momento de comer, tener unos “horarios” de estructura para estos momentos del día…
Otro punto a resaltar es que los niños actúan por repetición: comer en la mesa con la familia les ayudará a integrar alimentos que solo no quiere comer. Si los que están cerca comen frutas, legumbres, verduras…ellos también lo harán. No podemos esperar que coman lo que nosotros no queremos comer, o lo que no nos ven comer.
Todo esto ayuda a los niños a vivir de manera más tranquila. Saben que va a pasar en cada momento. Conocer lo que va a comer y participar directamente en su preparación le ayudará a crear un vínculo sano, confiado y feliz con la comida.