La combinación entre querer ser el mejor padre o madre, junto con la necesidad de tener el mejor hijo u hija y querer evitar que los niños o adolescentes sufran por situaciones del entorno genera, en muchas ocasiones, relaciones disfuncionales e insanas.
La sobreprotección es una arma de doble filo. Creer que es posible controlar todo aquello cuanto ocurra alrededor de los hijos y además, pretender que eso, como padres o cuidadores, no nos afecte, es creer que el día es posible sin la noche.
Los niños sobreprotegidos suelen mostrar más dificultades emocionales, presentan más carencias afectivas y mucha ansiedad, pues su identidad ha sido formada por la opinión que los padres tienen de ellos y ésta, muchas veces, sólo nace del resultado final entre logros o fracasos que el niño ha experimentado. Se suele pensar que cuanto más estén en casa, más aprenderán y menos sufrirán… y justamente, acaba siendo todo lo contrario.
Tratar de evitar que las “cosas malas” les ocurran a ellos, así como obligarles a sentirse siempre bien y hacerlo todo bien, sólo hará que entiendan que no hay espacio para las dificultades, sabiendo que si no las superan rápidamente, se les juzgará por no haberlo afrontado como se esperaba. Comentarios como los “te avisé”, “te lo dije”, “tendrías que haberme hecho caso”, “te das cuenta que no haces las cosas bien”, “tienes que hacerlo como yo te digo”, “ tienes...tienes...tienes...” En lugar de “deberías”, que siempre sugiere más que obliga… Todo esto, va a generar una falta de autoestima y seguridad en si mismos.
Es bueno potenciar su autonomía, enseñarles el camino a seguir, pero no trazarles un recorrido poco flexible y en el que se anticipan muchos miedos y dificultades.
Infundir esperanza y decisión es importante. Que aprendan a caminar, sintiéndose con libertad para experimentar y descubrir. Si se caen, enseñarles a como cuidar de sus heridas y cómo reponerlas, dándoles estrategias para afrontar las dificultades que van encontrando no sólo a nivel escolar, sino también social y emocional, aprendiendo a gestionar sus emociones y no a taparlas. Si un amigo les ha herido emocionalmente y potenciamos el aislamiento social, no le ayudaremos a trabajar ese duelo.
Siempre va a ser más flexible y funcional el “cómo crees que debería ser o hacerse esto”, “explícame por qué has hecho esto así, que te enseña”, “de que forma podrías hacer esto la próxima vez”, “entiendo como te sientes...”, “si puedo ayudarte en algo”, entre otros... Van a crear una mayor comunicación y una mejor vinculación entre padres e hijos. Se sentirán más seguros, protegidos y acompañados, pero no atados por pensamientos invalidantes.