En nuestro cerebro y en todo nuestro cuerpo se dan diferentes procesos químicos, necesarios para encadenar pensamientos, acciones, digestión y relajación. Los componentes que aportan a ese proceso bioquímico, se obtienen a través de nuestra dieta.
Así pues, podemos influir positivamente en cómo nos sentimos, en nuestra digestión, en cómo pensamos y en cómo dormimos al cambiar nuestra dieta.
Ya está probado científicamente que muchas enfermedades son mayoritariamente la consecuencia de una mala alimentación. La alta presión arterial, algunos tipos de diabetes y diferentes enfermedades, a consecuencia de la obesidad, son todas el resultado de una mala alimentación.
Muchos niños no comen una dieta lo suficientemente nutritiva para que su cerebro pueda funcionar de forma óptima. En el caso de niños con problemas de aprendizaje o comportamiento, es fundamental que primero, casi como forma de terapia, se cambie o ajuste la dieta para crear las mejores condiciones posibles para el cerebro, aunque no tengan alergias o intolerancias alimenticias. Desde un cerebro bien nutrido se puede trabajar el aprendizaje, el lenguaje, el comportamiento, la integración sensorial y todas las áreas que el niño necesite.
Habrán casos que probablemente no se puede solucionar con sólo cambiar la alimentación o añadir terapia, sin embargo, sí es fundamental empezar la terapia estudiando un posible cambio en la alimentación.